Las características del desarrollo en los sistemas naturales hacen que éstos tiendan al incremento de estructura y complejidad por unidad de flujo de energía (estrategia de máxima protección), lo que contrasta con el propósito humano de máxima producción, es decir de la obtención del máximo rendimiento posible.
Este es el primer principio que se debe reconocer cuando se estudia el conflicto entre el hombre y la naturaleza, y es el que deben tener en cuenta los encargados de la política ambiental.
La oposición íntima entre explotación y sucesión está en el centro de todos los problemas de conservación de la naturaleza. El hombre trata de obtener su propósito manteniendo los ecosistemas explotados en sus estadios iniciales de sucesión, a menudo monocultivos. Pero necesita también una atmósfera y un clima regulados (equilibrados) por los océanos y las masas de vegetación, agua limpia (improductiva) para sus usos culturales e industriales, y muchos otros recursos de los ciclos vitales, aparte de los estéticos y recreativos, que son proporcionados por el paisaje, por una naturaleza menos productiva.